Érase una vez un entrenador de fútbol que quería jugar al revés. Su sueño era reinventar el fútbol y que fuera reconocido por ello. Quería seguir el mismo camino que tras mucho esfuerzo y trabajo recorrieron hombres que han quedado en la memoria de los aficionados a este deporte per secula seculorum, como fueron el luso Mourinho y el reconocido estratega Benítez, los cuales hoy en día sus nombres todavía son recordados como maestros en la dirección de los equipos más potentes y laureados de los primeros años del siglo XXI.
Nuestro amigo protagonista de esta historia, al que llamaremos Quique, quería llegar al mismo nivel que llegaron los hombres ya mencionados; y los veneraba tanto que gracias a unos cuantos buenos amigos se pasaba los fines de semana comentando las estrategias de estas personas, y el chico lo hacía realmente bien: "La clave de Benítez está en la fuerte presión que ejerce sobre la defensa contraria y el robo de balón en el medio campo", comentaba sabiamente. Sabía de lo que hablaba y desvelaba los secretos de los mejores profesionales al público futbolístico más neófito en la materia de la dirección estratégica de los equipos.
Un buen día le llegó la oportunidad de llevar todo lo dicho a la práctica y el señor Torres le dio la responsabilidad de entrenar a su humilde equipo del centro de la península hispánica. Entonces Quique se puso manos a la obra y con una plantilla hecha de de retales lo hizo notablemente bien en un año. El problema de nuestro protagonista es que sin necesidad de comenzar su carrera ya tenía un nombre ganado por su pasado futbolístico mientras que sus ídolos se curtieron como managers deportivos en la sombra y en el barro de la segunda división, entre la amargor de los descensos y del trabajo diario donde hay que mojarse y mancharse si se quiere tener un nombre reconocido. Nuestro amigo Quique se evitó ese trabajo de salida y sin verlas venir de la noche a la mañana, gracias a su nombre construido como mero jugador, se convirtió en entrenador de uno de los equipos más importantes del continente.
Tan desvariado llegó a estar que hasta se imaginó varios silbidos cuando la gente que presenciaba tal esperpento y hartada por la situación incomprensible que estaban viviendo comenzó a pedirle que se fuera del lugar. Unos cuantos millares de personas que han esperado pacientemente el devenir de la temporada para dar su veredicto concluyeron que el tan prometedor Quique debía abandonar su sueño de ser reconocido después de que con las mejores armas posibles no haya sido capaz de luchar por ganar una de las grandes batallas del año. Ahora todos los espectadores desean que el rey Soler de su pulgar a torcer.
